
El uso de dispositivos digitales durante los primeros años de vida puede impactar negativamente en el desarrollo del lenguaje, la atención y la motricidad. Ángel Elgier, investigador del Conicet, analiza cómo incide el consumo pasivo, la importancia de la mediación adulta y los desafíos que impone la desigualdad en el acceso a una crianza digital saludable.
miércoles 14 de mayo de 2025 | 18:00hs.
¿Cuánto se pierde cuando dejamos de jugar? Esa fue la pregunta que impulsó al doctor en Psicología Ángel Elgier, investigador del Conicet, a profundizar en el estudio del desarrollo cognitivo durante la primera infancia. Mientras las pantallas se integran cada vez más en la vida cotidiana de niños y niñas, su equipo comenzó a indagar en las implicancias de este fenómeno. “El impacto de las pantallas no es ni completamente positivo ni completamente negativo. Es complejo y depende del cómo, el cuándo y el con quién”, señala Elgier.
Sus investigaciones se enfocaron en niños y niñas de entre 0 y 36 meses. Allí observaron que, bajo ciertas condiciones, el uso de pantallas puede ser beneficioso. “Cuando hay un adulto que acompaña, que señala, que comenta o pregunta, se favorece la adquisición de nuevas palabras, se estimula la atención conjunta y se fortalece la alfabetización temprana”, explica el especialista.
Sin embargo, Elgier advierte sobre los efectos nocivos del uso pasivo y prolongado, sin mediación adulta. “Vimos una disminución en el desarrollo del lenguaje expresivo, dificultades para sostener la atención y una reducción del tiempo dedicado al juego libre, que es esencial en esta etapa”, afirma.
En contextos de mayor vulnerabilidad, su equipo identificó un fenómeno recurrente: la televisión encendida de fondo. “Aunque nadie la mire, esa estimulación constante, fragmentada y no dirigida interfiere en el desarrollo del lenguaje y la atención”, señala. A esto se suma la menor disponibilidad de libros, juguetes simbólicos y espacios para el juego libre.
El valor del juego simbólico
Elgier destaca la importancia del juego simbólico –como usar una piedra para representar un auto–, que estimula la imaginación, la narración y la interacción cara a cara. “Nada de eso puede ser reemplazado por una pantalla”, subraya. Durante la pandemia, muchos niños atravesaron la primera infancia sin suficiente contacto con pares o adultos disponibles, lo que limitó sus oportunidades de jugar y crear. “En esos casos, algunos niños incluso necesitaban que se les enseñara a imaginar”, recuerda.
Según las recomendaciones internacionales, los menores de dos años no deberían usar pantallas, excepto para videollamadas. En edad preescolar, se aconseja limitar su uso a una hora diaria, siempre con acompañamiento adulto. Sin embargo, Elgier destaca que más importante que el tiempo es el tipo de experiencias que las pantallas están desplazando. “Si reemplazan el juego libre, el contacto humano o la exploración corporal, entonces estamos ante un problema”, advierte.
Cinco claves para una crianza digital más saludable
Acompañar activamente: ver contenidos juntos, explicar, señalar, preguntar y conversar.
Seleccionar contenidos de calidad: que estimulen el lenguaje, la imaginación y el pensamiento crítico.
Establecer rutinas claras: evitar las pantallas durante las comidas, antes de dormir o como respuesta al aburrimiento.
Fomentar el juego libre y el movimiento: ofrecer alternativas que incluyan actividad física y creatividad.
Dar el ejemplo: un uso equilibrado por parte de los adultos favorece un mejor aprendizaje.
Elgier insiste en que la tecnología puede ser una aliada en el desarrollo infantil, pero solo si está al servicio de una propuesta pedagógica y no como sustituto del vínculo humano.

